miércoles, 10 de abril de 2019

LOS MIÉRCOLES SALVAJES, de Susana Hernández




DATOS TÉCNICOS:

Título: LOS MIÉRCOLES SALVAJES
Autora: Susana Hernández
Editorial: Milenio
Colección: Marrajo
ISBN: 978-84-9743-856-8
Páginas: 216
Presentación: Rústica con solapas





Conocí a Susana Hernández en 2013, cuando leí Contra las cuerdas, la segunda novela de la serie de Santana y Vázquez. Para mí representó toda una novedad, en todos los sentidos. Era la primera vez que me encontraba con una pareja de policías femenina y, para rizar el rizo, una de ellas lesbiana. Me enamoré de las tres, autora y policías. De la primera, porque la historia que narraba me atrapó desde el primer momento, hasta el punto de querer leer la primera entrega de la serie mientras publicaba la tercera y de las otras dos porque eran personajes de un golpe, de esas que cuando las conoces y ya no la cierras hasta que terminas la novela. No hay quien se pueda resistir a ellas, cada una con su carácter, son magníficas. Tanto es así, que sigo esperando más entregas de la serie, porque en Cuentas pendientes, se superaron. Espero que les toque el turno en breve y mientras aprovecho para hablaros de su última novela, Los miércoles salvajes que, junto al  grupo #SoyYincanera, he leído de manera simultánea en Twitter.




Nació en Barcelona. Estudió Imagen y Sonido, Integración Social, Investigación Privada y Psicología en la Universidad de Barcelona. Ha colaborado en varios medios de comunicación escritos, ejerciendo como crítico musical y redactora de deportes, así como en medios radiofónicos. Imparte talleres literarios desde 2011.

Ha publicado las siguientes novelas:

- La Casa Roja (Premio Ciudad de Sant Adrià 2005),
- La puta que leía a Jack Kerouac (Lesrain 2007)
- Curvas Peligrosas (Odisea Editorial 2010),
- Enamórate (Odisea Editorial 2012) junto a otros autores.
- Contra las cuerdas (Alrevés, 2012).
- Cuentas pendientes (Alrevés, 2015. Ganadora del premio a la mejor novela negra en el Festival Cubelles Noir 2016).
- Males decisions (Alrevés, 2017. Premio Cubelles Noir a la mejor novela negra en catalán, 2018).
- La reina del punk (Redbook, 2018).
- Los miércoles salvajes (Milenio, 2019).

Asimismo, sus relatos y poemas han sido incluidos en diferentes antologías y publicaciones literarias. También es autora de diversas piezas de teatro breve.

En su haber cuentan diversos premios de novela, relato y poesía: I Premio Poesía Lésbica Versales 2009, Finalista Premio de novela Katharsis 2009, I Premio Ciudad de Sant Adrià de Besòs de Novela 2005, Premio Contradiction 2003, Premio Villa San Esteban de Gormaz 2002, y Premio de relato «Mujeres» de Santa Cruz de Tenerife 2001, entre otros.




Samanta y Hugo, amigos desde la infancia en las duras calles de Ciudad Meridiana, en el extrarradio barcelonés, trabajan juntos en la empresa de seguridad propiedad de Hugo. Sam necesita dinero, mucho más dinero del que gana como escolta privada, para procurarle un tratamiento a su novio que padece una grave lesión medular desde hace doce años. Su amigo y jefe le propone un trabajo ilegal y muy bien pagado que los arrastrará a ambos al oscuro mundo del tráfico de medicamentos en un espiral de violencia y traiciones. 

Los miércoles salvajes nos lleva desde las chabolas de Accra, en Ghana, donde Sirhan y Lewa luchan por conseguir medicinas que traten la diabetes tipo1 que aqueja a su madre, a los entresijos del tráfico ilegal de medicinas comandado por María y Joao, dos hermanos portugueses, y al frío y hermético universo de la industria farmacéutica.





Los miércoles salvajes es una historia con banda sonora. O, quizá, la banda sonora de una historia demasiado negra, espectacularmente negra. Y este álbum musical, como tal, contiene un total de veinticuatro pistas: diecinueve en la cara A y cinco en la cara B, así como un Bonus track al finalizar esta última que se escuchará, como una pista oculta a modo de epílogo, y que cierra una obra soberbia.

No voy a decir que lo más impactante de esta novela sea su estructura, porque sería una tontería superlativa, pero llama la atención. No sé si es porque Susana Hernández, además de otras muchas cosas es crítica musical, pero me ha encantado ese guiño a la música, algo que también está presente a medida que pasamos páginas.

Y como yo soy muy de hacer las cosas al revés, voy a hablaros de la cara B de esta historia, porque son capítulos que se van alternando en la novela mientras la trama se sucede y esconden el componente más humano de quienes los protagonizan y, como se suele decir, ni son todos los que están, ni están todos los que son porque intervinientes en la trama hay muchos, pero indispensables para entender a los protagonistas, pocos.


No obstante, dado que empiezo al revés, me voy a permitir ser un poco ordenada y os contaré que la novela se divide en tres partes. En cada una de ellas incluiré esas pistas que tanto me han llamado la atención:


PARTE I: 

Cara B – Track 1: 
Verano del año 2000. Sam tiene diecisiete años y ocho meses. Vive sola en Ciutat Meridiana, pues su padre está pasando una temporada en Mula. Cosas de traficantes de poca monta. Un año antes pasó unos meses en un centro de menores por hackear el ordenador del colegio y ha aprendido la lección, hasta el punto de esforzarse por sacar el bachillerato y empezar a buscarse la vida después de un verano que espera disfrutar yendo con sus amigos del barrio a la playa. Hasta que aparece Néstor, un joven músico amigo de su padre que quiere probar suerte en Barcelona, del que se enamora en poco más de diez días.


PARTE 2: 

Cara B – Track 2
María la Portuguesa no solo tiene nombre de fado, es la personificación del fado en sí misma. Claro que María nunca ha sido de sonreir, excepto en el breve espacio en el que conoció a Ricardo hasta que la parca se lo llevó, demasiado pronto para su gusto. Pero es que su vida nunca fue fácil desde que una cojera, siendo niña, la convirtió en el blanco fácil de las burlas de otros niños. Y eso la llevó a alimentar un odio insano contra el mundo. Y de ahí su inquina. Claro que si al hacerte mayor eres la matriarca de un clan mafioso, eres inteligente y no tienes principios ni intención de tenerlos, la vida, la de los otros, puede ser cualquier cosa menos un paseo militar. Y, si no, que se lo pregunten a su hermano, al cual desbancó en el escalafón familiar y le ningunea como si no hubiese mañana. O quizás el hombre se lo merezca, por flojo. Por dudar cuando no se debe.

El caso es que quizá, sobre todos los demás, es un personaje exportable a cualquier novela negra que se precie, porque es una mina la señora. Cuando “heredó” el poder de manos de su padre, la familia se dedicaba al mundo del juego, controlando las apuestas en el norte de Portugal, pero el negocio entró en crisis con la llegada de las nuevas tecnologías y hubo que cambiar la razón social de la entidad y no le costó nada dar con la gallina de los huevos de oro: el tráfico ilegal de medicamentos, mucho más rentable que cualquier otro conocido.


Cara B – Track 3

Verano del año 2000. Hugo nació y creció en Ciutat Meridiana –Ciudad Desahucio para muchos-, un barrio del distrito de Nou Barris, situado en el extremo norte de Barcelona y el más pobre de la ciudad. Nunca le gustó vivir allí, por eso, en cuanto pudo, hizo el petate y se marchó a Ibiza. Sin embargo, ha tenido que volver porque no entiende que ahora que parece que la vida le sonríe, que ha encontrado la fórmula para encauzar su vida, Sam, su amiga de la infancia y de la que secretamente está enamorado, no haga las maletas y le acompañe. Sin embargo, la suerte no le acompaña en ese sentido, pues Sam acaba de conocer a Néstor y se ha enamorado de él hasta las trancas.



PARTE 3:

Cara B – Track 4

Dicen que cambiar de equipo de fútbol es una de las decisiones más difíciles de tomar en la vida. Da igual que en su día eligiésemos un equipo bien porque realmente nos gustaba o porque nos indujeran a ello. De hecho, dicen también, que si se comparase con otras que tomaremos a lo largo de los años, como cambiar de religión, partido político e incluso de pareja, estas no serían tan complicadas de tomar como la primera. La razón es muy sencilla: normalmente nos hacemos aficionados a un equipo a una edad temprana, cuando nuestra personalidad todavía no está formada por lo que este cambio implicaría desertar del nexo que nos une a ese momento en que estábamos construyendo nuestra identidad.

Pues bien, el protagonista de este tema no tuvo ningún reparo en cambiar de equipo llegado el momento. Y, aunque su padre le llamó Rui en honor a un futbolista del Benfica del que era seguidor, en cuanto el hombre murió y el pequeño se fue a vivir con su tía la Coja, que tenía la casa llena de fotos de jugadores del Oporto, abrazó esa afición. Su tía le consideró de los suyos porque, lo que no una el fútbol, no lo une ni Dios que eso sí que es un sacramento y lo demás tontería. Pero el chico no se hizo ilusiones y dedicó sus esfuerzos a estudiar con ahínco algo que le hiciese ganarse un puesto de confianza en la familia, así que eligió Farmacia. Una vez terminada la carrera con excelentes notas y después de algún que otro trabajo, empezó a trabajar en la sede barcelonesa de los laboratorios Heinch, donde aparte de sus funciones como becario, robaba las fórmulas de los fármacos que allí producían para que los químicos de su tía los clonasen. Hasta que el Axfin, un medicamento que podría revolucionar su vida, se cruzó en su camino.


Cara B – Track 5

Hugo y Sam vuelven a encontrarse tres años después del verano del 2000. Pero las circunstancias no son las mismas de entonces. Ella trabaja catorce horas al día para sacar adelante a Néstor, a quien dieron una paliza y le dejaron tetrapléjico y con una lesión medular. Hugo ha podido llevar a cabo su sueño y ha montado una empresa de seguridad con sede social en el Eixample. Una empresa que le ha convertido en todo un empresario con un nivel de vida que roza lo escandaloso y que conseguirá que ella tenga una vida mejor.



Pues bien, cuando comienza la novela, todo lo que aquí os he contado hasta ahora hace años que ocurrió, excepto lo referente a Rai, el portugués sobrino de María la Coja. Y es precisamente, con esta última, con la que arranca la historia. Y no os podéis imaginar de qué manera, porque en tan solo cinco páginas, Susana Hernández no solo te presenta un personaje impresionante, sino que te describe una realidad tan espantosa que me niego describirla, porque entiendo que debes conocerla por ti mismo. Es de alu-cine. Y después de eso, se supera. Increíble pero cierto.

Por otro lado, Sam sigue trabajando como escolta para Hugo y Néstor vive en una residencia de lujo atendido por por un gran equipo médico y humano. Sam, en cuanto tiene un rato disponible, acude a visitarlo y siempre está al tanto de cualquier avance médico que pueda suponerle una mejora en su estado físico. Sigue amándole y su vida orbita en torno a él.

Y es precisamente el anuncio de la posibilidad de incluirle en un estudio experimental el origen de todos los problemas que vendrán después. Porque nada es gratis y, para irlo llevando, Sam necesita más de quinientos mil euros para empezar a moverlo. Y nunca mejor dicho. Así que la única opción es pedirle a su jefe y amigo que la tenga en cuenta para hacer algún tipo de “trabajillo” tan rentable como para eso.

Y el trabajo existe, claro: robar una fórmula farmacéutica.

Y comienza la fiesta.

Y no nos faltará de nada en ella, ni fuegos artificiales, porque en el impasse Sam conoce a Asier en una galería de arte y el hombre, además de pintar, tiene ganas de encontrar su musa y su modelo particular. Y darán más vida al diván del estudio de lo imaginable. Y los miércoles dejarán de ser un día más de la semana para convertirse en salvajes.

Y luego está María la Portuguesa. Más conocida a partir de ahora como “el personaje”. Falta de principios y escrúpulos, tiene muy claro lo que hacer con la vida, con la propia y la ajena. ¡Sublime!.

Y la denuncia social. Porque es estos tiempos que corren, en que una novela puede ser negra-histórica-romántica-thriller y todo lo que se te ocurra y todo a la vez, encontrarte una novela negra pura y dura es casi una lotería. Y te sabe a gloria. Y la denuncia es meridiana, como el barrio en que nacieron Sam y Hugo. La industria farmacéutica mueve montañas, más allá de pensar en lobbies o confabulaciones judeo-masónicas, es una obviedad el tema de las patentes que afecta sobremanera a los países en vías de desarrollo, ya que estas no responden al fin para el que se establecieron, sino que extienden el período de exclusividad de los fármacos con distintos mecanismos. Y después, más sangrante si cabe, está el tráfico ilícito de medicamentos, que mueve más dinero que la trata de personas o la droga.


De ese modo, Susana Hernández nos conduce a Ghana y conocemos a Sirhan y Lewa, dos críos prácticamente que se quedaron huérfanos de padre demasiado pronto y que ahora tienen que hacer frente a un gasto adicional al que no pueden atender ni en el mejor de sus sueños. Su madre padece diabetes de tipo 1 y al no ser beneficiarios del sistema sanitario, tienen que conseguir el fármaco con muchos esfuerzos. Hasta que llega un momento en que les resulta prácticamente imposible y el modo en que lo logran te romperá el alma. Y, lógicamente, surgirá alguien que les lleve de la mano al mercado negro. Más barato… ¡dónde va a parar…!





Me quedan muchas cosas por contar. Siempre tengo esta sensación, pero no deja de maravillarme que esto me ocurra con una novela que apenas supera las doscientas páginas. Porque es una historia intensísima, demoledora y francamente buena. Exquisitamente buena, porque a la fuerza narrativa de la autora, a la que no le sobra una “coma”, se une un ritmo endiablado, unos personajes inolvidables y una denuncia social que te dejará boquiabierto en el mejor de los casos, porque sacude, estremece y no te da tregua.


Y por eso, cada vez que me entero que Susana Hernández ha escrito una novela, me relamo de gusto, porque soy una insomne impenitente y nada mejor para una noche en blanco que tener al lado una novela suya. 



sábado, 6 de abril de 2019

LA CASA ALEMANA, de Annette Hess




DATOS TÉCNICOS:

Título: LA CASA ALEMANA
Título original: Deutsches Haus
Autora: Annette Hess
Traductora: María José Díez Pérez
Editorial: Planeta
Colección: Planeta Internacional
ISBN: 978-84-08-20676-7
Páginas: 464
Presentación: Tapa dura con sobrecubierta



Todos los lectores de novela –para no extenderme en géneros-, en mayor o menor medida tenemos algún que otro tema sobre el que no nos gusta leer. En algunos casos son varios, pero en el mío en particular, quizás porque hay mucha literatura al respecto, hay uno que procuro evitar: el holocausto nazi o, como se denominó entonces con un eufemismo sin parangón, «la solución final». Y es curioso porque siempre me han atraído novelas que tratan la Segunda Guerra Mundial, incluso las que se desarrollan en Alemania y, por supuesto, tengo debilidad por aquel movimiento literario, la “Trümmerliteratur” o “Literatura de los escombros”, que surgió poco tiempo después de finalizada la contienda encabezado por figuras tan relevantes como Heinrich Böll y Günter Grass y que en los últimos tiempos volvió a poner de moda Cay Rademacher.

Por eso, cuando me hablaron de esta novela que hoy sale a la venta, no pude evitar un cierto repelús, aunque a través de la sinopsis intuí que más que tratar el genocidio en sí, habría más de lo otro; es decir, abundando en lo que ocurrió en  Auschwitz-Birkenau, se trataría tanto el Proceso de Frankfurt como las consecuencias en la conciencia colectiva que tales hechos produjeron en la población que sobrevivió a ello. O no.





Nacida en Hannover, Annette Hess empezó su carrera estudiando pintura y diseño de interiores. Ha trabajado como periodista, asistente de dirección y guionista. Desde 1998 escribe fundamentalmente para cine y televisión, y es la creadora de las exitosas series Weissensee y Ku’damm 56/59. Ha recibido el Premio Grimme y el Premio de la Televisión Alemana.

El salto del cine a la literatura con La casa alemana ha encumbrado a Annette Hess entre los autores de mayor éxito de su país en los últimos años. La novela se encuentra en proceso de traducción en veinte países, mientras se negocian los derechos de adaptación cinematográfica y televisiva.




La vida de Eva Bruhn gira en torno a La casa alemana, el restaurante tradicional que regentan sus padres y en el que la familia comparte las pequeñas cosas del día a día: desde los entresijos de su trabajo en una agencia de traducción hasta el anhelo de que su novio se decida por fin a pedirle su mano a su padre.

Pero en 1963 va a celebrarse en Frankfurt el primer juicio de Auschwitz, y el destino hace que Eva acabe colaborando con la fiscalía como intérprete, a pesar de la oposición de su familia. A medida que traduce los testimonios de los supervivientes, descubre la inmensidad y el horror de lo que sucedió en los campos de concentración y una parte de la historia reciente de la que nadie le ha hablado nunca.


¿Por qué todos insisten en dejarla atrás? 

¿Por qué faltan fotografías en el álbum familiar? 

¿Es posible vivir igual cuando se atisba la verdad?







Frankfurt, 1963. Alemania, a duras penas, ha conseguido ponerse en pie tras los desastres de la II Guerra Mundial y sus habitantes parecen haber encontrado el aliado ideal para conjugar dos tiempos verbales: presente y pasado a base de trabajo y olvido, respectivamente, de ahí que el país viva un momento de esplendor económico como no ha conocido en varias décadas. Pero quizá todo sea un espejismo, porque incluso la amnesia colectiva prescribe… y más si quienes están preparados para remediarlo son unos cuantos hombres dispuestos a todo para hacer justicia. 

En principio, todo esto le es ajeno a la joven protagonista de esta historia, Eva Bruhns, más preocupada en que su novio se decida a comprometerse de una vez con ella y le pida su mano a su padre que cualquier otra cosa. Y así nos la encontramos, días antes de la navidad, mientras espera en la calle a que por fin Jürgen Schorrmann llegue a la casa de los Bruhns y así ser presentado formalmente a la familia. Y tiene razones para estar preocupada, porque aunque sus padres son gente honrada y trabajadora, la diferencia de clases entre una familia y otra es más que evidente, por mucho que regenten “La casa alemana”, un restaurante tradicional, que no se encuentra en el mejor barrio de la ciudad, precisamente, mientras que el padre de Jürgen, aunque de avanzada edad, es millonario, dado que al acabar la guerra se hizo rico al crear una empresa de venta por catálogo.

Y cuando parece que todo se ha encauzado y Jürgen va a dar el paso, Eva recibe una llamada telefónica de la agencia de traductores para la que trabaja y su jefe la insta para que acuda inmediatamente al juzgado, posiblemente para solventar una nimiedad de un contrato que tiene que firmar un cliente días días.

Solo que el encargado de recogerla no es un chófer al uso precisamente, sino David Miller, un pasante mal encarado que la dirige al despacho de la fiscalía. Allí se encontrará con tres hombres: el fiscal general de Hesse, el fiscal jefe y otro hombre desconocido para ella: un polaco llamado Josef Gabor y la razón por la que la han llamado: tiene que traducir el testimonio de este último.

Y es que resulta que un retraso en el visado del que iba a ser el traductor del proceso hace imposible su viaje a Frankfurt desde Polonia, motivo por el que se recurre a la agencia donde trabaja Eva. Y lo que en principio parecía que iba a ser un trabajo circunstancial se convierte en estable, ya que se ven obligados a ofrecerle que lleve a cabo la traducción íntegra de todos los testigos que participarán en lo que se pasará a llamarse El Proceso de Auschwitz. La joven no acepta a la primera el encargo, aunque pesa bastante en su decisión posterior el que le puede suponer trabajar de continuo durante una temporada, aun después de realizar esa primera traducción que le remueve las entrañas.

Una vez habilitado el lugar donde se celebrará el juicio, pocos días después, el 20 de diciembre de 1963, comenzará un proceso que, presumiéndose corto a priori, durará más de veinte meses. Un proceso del que siempre se dijo que pudo concretarse por obra y gracia de la casualidad, pero que yo más bien atribuiría a la sincronicidad. Me explico: A raíz de una investigación llevada a cabo por un periodista a finales de 1958, un exprisionero de un campo de concentración polaco le entregó unos documentos que consiguió recuperar del fuego unos meses antes de finalizar la guerra. En ellos, no solo se daba cuenta del exterminio que se había realizado en Auschwitz, sino que aparecían los nombres de los ejecutados, los motivos y los artífices del mismo. Los documentos estaban firmados por Rudolf Hoess –comandante del campo de concentración y ejecutado poco después del fin de la guerra- y Robert Mulka –su adjunto-de ahí que en el proceso fuese el acusado principal y se denominase la causa como “de Mulka y otros”.

El periodista, al darse cuenta del valor de estos documentos, se los envió al fiscal general de Hesse, Fritz Bauer, que enseguida contempló la posibilidad de incoar de oficio la apertura del sumario y demostrar, por fin, el mecanismo de genocidio sistematizado que se llevaba a cabo en Auschwitz. Pero como os decía, fue fruto de la sincronidad en el sentido de que este hallazgo llegó a la vida de Fritz Bauer en las circunstancias más inesperadas y, sin embargo, en el momento más oportuno, dado que el remitente tenía claro a quien enviárselo y el destinatario, judío y socialdemócrata para más señas, llevaba media vida buscando el modo de hacer justicia contra los crímenes del nazismo. O puede que yo no lleve razón, que esté confundida, pero, como decía William James, me gusta la idea de que ““Somos como islas en el mar, separadas de la superficie pero conectadas en la profundidad”. No obstante, ese fue el origen de un trabajo descomunal que llevó aparejado el reunir el testimonio de 1.300 testigos a lo largo de los cuatro años anteriores al pleito.

Por lo tanto, se darán cita en él veintiún inculpados, tres jueces, seis jurados, dos jueces sustitutos y tres jurados suplentes, además de cuatro fiscales, tres acusadores particulares y diecinueve abogados defensores. Y una sala abarrotada de público, donde no faltan los familiares de los acusados. Y, entre ellos, se encuentra Eva, que todavía no se atreve a dar el paso de aceptar ser la intérprete de unos testigos que, intuye, cambiarán su vida.

Sin embargo, el alemán de a pie piensa que todo esto es prácticamente un dispendio que a nadie importa. Después de casi veinte años de terminada la guerra, lo que allí pasó, allí quedó y no tiene sentido remover el pasado. De hecho, es lo que piensa la familia de Eva y le hacen saber que no debe aceptar el trabajo. Y es que tanto sus padres como su hermana mayor son reacios a remover viejas heridas, ni siquiera hablan de aquellos años en los que su padre prestaba sus servicios como cocinero en la guerra. Es el mismo tabú que impera en cualquier casa alemana. Porque, La casa alemana, además de ser el nombre del restaurante que regentan, es también una metáfora del comportamiento y de la forma de ser de cualquier familia tradicional y de una nación entera. Y es que los Bruhns son gente de lo más normal:

- Ludwig, el padre, es oriundo de la isla de Juist, en la Baja Sajonia, hijo de comerciantes. Estudió hostelería en Hamburgo, donde conoció a Edith en 1934. Se casaron un año más tarde, pero pasaron estrecheces por motivos laborales, que les obligaron a vivir, primero con los padres de ella y luego separados. Cuando comenzó la guerra, tuvo que alistarse para servir al ejército en las cocinas, tanto en Polonia como en Francia.

- Edith, la madre, nació en Hamburgo. Era hija de unos violinistas de la filarmónica y, aunque tenía la misma vocación que sus padres, no pudo desarrollarla por tener los dedos pequeños. Después quiso ser actriz, pero no la dejaron y a cambio la enviaron a la Escuela de Hostelería, donde conoció a Ludwig. Se quedó embarazada y se casaron. Su primera hija, Annegret nació en 1935 y, cuatro años después lo hizo Eva. El pequeño, Stefan, años después.

- Annegret es la hermana mayor. Trabaja como enfermera en la maternidad local. Es muy querida y respetada por sus compañeros, pues su dedicación a los bebés que cuida es innegable, aunque a veces tiene comportamientos extraños que van más allá de salir con hombres casados.

- Stefan es el menor de los Bruhns. Todavía está en edad escolar y sus ratos de ocio los pasa jugando con su colección de soldados y su perro Purzel.

Y, por supuesto, la protagonista de esta historia es Eva. Cuando comienza la trama tiene 24 años. Es ingenua,  perseverante y trabajadora. Además, posee una indudable belleza que no siempre sabe realzar. Presta sus servicios en una agencia, bien traduciendo documentos comerciales o como intérprete en reuniones de trabajo entre empresarios. Los fines de semana ayuda en el restaurante familiar, aunque lo que realmente desea es independizarse y comprometerse con su novio Jürgen Schoormann, un joven empresario heredero de un emporio comercial de la venta por catálogo de naturaleza machista, celoso y muy conservador que, con respecto al trabajo, piensa que una vez casados ella debe dejarlo y, al igual que su familia, coincide en que debería abandonar su cometido en el proceso judicial en el que hace de intérprete.

Y ella, desoyendo a todos, se lía la manta a la cabeza y decide que sí. Y comienza un viaje sin retorno que cambiará su vida por completo. La atmósfera familiar se hará cada vez más opresiva, más irrespirable, pues es como si todos escondiesen algo. Incluso la relación con Jürgen empieza a tambalearse, hasta el punto de que él se presenta en el juzgado para solicitar su despido (por lo que ella rompe el compromiso y todo sigue su curso). Y sorprende mucho que se lo acepten en principio por cómo eran las leyes de entonces, más cuando a nivel constitucional los hombres y mujeres gozaban de los mismos derechos y obligaciones, mientras que en la vida real, las mujeres eran absolutamente dependientes de los hombres y estos podían ejercer su voluntad en todas las instancias. Es verdad que nos encontramos en la década de los sesenta, que todavía hará falta mucho tiempo para que las cosas cambien, pero en Alemania me ha sorprendido, pensaba que era algo más “ibérico”.

A lo largo de los meses conocerá a los testigos y a los acusados, así como los entresijos de la fiscalía para, como colofón, viajar a Auschwitz con los miembros del tribunal quienes examinarán la escena donde sucedieron los crímenes que se han de juzgar y la experiencia será demoledora.


Por otro lado, conoceremos los secretos que esconde su familia, similares a los de cualquier otra. Escarbaremos en el sentimiento de culpa de todo un pueblo que, para salir adelante, tuvo que cubrirse con el manto del olvido para seguir viviendo.




La casa alemana es una novela, por encima de todo, emotiva y dura, que aborda muchos temas, principalmente el antisemitismo y la xenofobia mientras que deja que sus personajes salten al vacío. Porque si hay algo palpable en esos personajes es que están llenos de contradicciones, desde la protagonista al último de los secundarios. Y todos, a su vez, se sienten incapaces de soportar su realidad.


Solo espero que si coges este libro por primera vez, lo leas con detenimiento, sin prisas. Dejará en ti una pátina de desconsuelo, no lo dudes, pero nunca igual que el que quedó en las generaciones posteriores a ese silencio macabro que marcó la vida de tantas familias alemanas que todavía purgan una culpa irrenunciable.